Existe una apuesta interesante en la poesía de Caja Negra Aviar, la de transformar el lenguaje en experiencia y hacer un recuento de los varios contenedores donde hemos depositado la comunicación. Sólo el futuro podrá ver los alcances de este manojo de versos-correspondencia, pero los riesgos que corre el autor, Alí Rendón, pagarán bien los dividendos de los lectores que apuesten por él.
En Caja Negra Aviar el escritor se convierte en un “técnico repartidor de voces”, simil de uno de los varios personajes poéticos que habitan el libro, constantemente veremos a estos personajes permutar en la obra para escribir los mensajes más variados e intercambiar correspondencia. Más allá de las idas y vueltas de sus protagonistas este libro es un diálogo directo con la tradición poética del autor. En sus versos se asoman las raíces que nutren su bagaje; encontramos huellas de la poesía en el aire de Huidobro, referencias a los artefactos de Nicanor Parra, la pesadez de la poesía vertical de Juarroz, el coqueteo con los caligramas de Tablada y sobre todo, la introspección de sus personajes poéticos, inspirada en la imagen de Juan José Arreola, aquella que se encontraba oculta en la correspondencia que mantuvo con su esposa.
El oficio literario de Alí Rendón le permite utilizar a estos gigantes como plataforma de su propia propuesta. En Caja Negra Aviar, Alí se lanza al vuelo transformando el lenguaje en la experiencia misma. Su herencia literaria le sirve para subirse a los hombros de estos gigantes de la poesía y desde ahí saltar. Los versos contenidos en Caja Negra Aviar son el resultado de una búsqueda constante y la exploración de un escritor que no se cansa de repasar sus horizontes narrativos e intentar estirarlos a fuerza de práctica.
No es coincidencia que este cuarto libro se decante por asomarse en forma de versos, esto obedece a que los temas aquí tratados encuentran en la poesía y en la propuesta visual de Rendón, la forma más interesante para presentarse al lector en un juego doble. Los poemas funcionan a su vez como imagen y como texto. Además, el lector se convierte en un cómplice del poema al verse desafiado a jugar con él; a imaginar e imaginarse, a llenar los espacios vacíos, buscar las letras faltantes, encontrar las formas escondidas, completar las imágenes y sobre todo a dialogar con él y revisitarlo.
Es interesante el recuento que hace sobre los contenedores de nuestra comunicación a través de los años: cartas, servilletas de cualquier bar, correos electrónicos, mensajes de texto y de WhatsApp, las pintas ocultas en los respaldos de los asientos del camión y los mensajes desesperados por querer encontrar a Dios. Alí utiliza los contenedores más insólitos para vaciar su poesía, especialmente las cartas porque en estas cabe todo, al menos, todo lo que uno quiera poner. Las cartas, al contrario de las palabras al aire, nos contienen, nos transportan, pueden guardar nuestras heridas, nuestras promesas y hasta el corazón, si uno quiere, son un contenedor contra el paso del tiempo y pueden revivirse en el momento que se encuentran con un lector.
Caja Negra Aviar, es un ida y vuelta que rompe con el viejo sistema de comunicación del libro donde el autor vierte su diálogo a un supuesto lector. En esta propuesta, Alí le da derecho a réplica a todos sus personajes poéticos y reales. Por lo tanto, nos encontramos en medio de un universo permeado de malos entendidos, deseo, burlas, fe y muerte.
Alí, explora la premisa de Kierkegaard sobre el miedo, tomando en cuenta que éste, no se trata de restricciones sino de capacidad. “Tenemos miedo porque podemos actuar”. Las voces en Caja Negra Aviar son entes valientes, capaces de ignorar sus propios monstruos escondidos en la azotea; de tomar la pluma, servilleta, papalote o lo que sea que tenga a la mano para actuar y convertirse en el mensaje mismo si es necesario. No hay nada más valiente que hablar con el corazón y la cabeza alineados, no hay nada más valiente que arrojarse al vacío si es necesario. Caja Negra Aviar es una invitación a dar ese salto. A fin de cuentas, a quién no le encantaría volar, aunque sea con palabras.