Duelos de costumbre de Jorge Olmos

Raúl Bravo

 

Para decirlo de una manera clara y concisa, Jorge Olmos Fuentes no necesita ni busca ser reconocido -como tantos otros colegas suyos que se esfuerzan inútilmente- por un ámbito literario como el guanajuatense, en donde la reputación de una obra literaria es tan ninguneada, por la sencilla razón de que casi nadie lee a sus escritores conterráneos. Pero si la literatura, entre otras muchas cosas, es una forma de relación personal, entonces por qué no aprovechar la ocasión que nos presta una obra ajena para acusar recibo de ésta, y, así, mediante la relectura de la misma, decirle al autor cómo y cuánto se le aprecia.

El ejemplo de Jorge Olmos, al menos para mí, es el de una singular y estrecha relación entre la experiencia personal y la particular visión poética del autor. Esto a pesar del conocimiento amplio que Olmos maneja sobre la evolución de las letras en la región del Bajío. No es un literato, es un escritor, sobretodo. Empero, lo que menos importa aquí es el poeta.

El territorio donde se asienta el más reciente poemario de Olmos Fuentes, titulado Duelos de costumbre, publicado a finales de 2015 por Editorial San Roque, es el territorio de la expresión. Esto es, cuando es el propio poeta quien intenta entenderse para dar a entender.

Ya desde el principio, desde su opera prima, Amor de arena (1993), conjunto de poemas a través del cual descubrí hace más de veinte años una voz singular de entre la enramada de las letras de la región, Olmos ha explorado más allá del contenido de cada uno de sus libros, el aspecto central de su poética: la composición, esa correspondencia entre la inspiración y el trabajo metódico del orfebre que mediante su oficio va puliendo, poco a poco, la materia prima que, en este caso, es la palabra.