Un poeta de los encuentros:
Aleqs Garrigóz y Los hermosos ausentes
Santiago Reza
Cuando cerré el poemario Los hermosos ausentes tenía un nudo en la garganta y una sonrisa en el rostro. No podía precisar si me gustaba, ni sabía decir cuales eran sus méritos; sentía que lo que tenía que decir sobre él, mucho o poco, estaba gestándose apenas. Me embargaba más expectación en este estado final, que la que experimenté cuando leía. Los once poemas con que un autor que firmaba Aleqs Garrigóz había compuesto este libro estaban dedicados, cada uno, a un autor: Rosario Castellanos Baudelaire, Villaurrutia, Rosalía de Castro. Los recordaba, los invocaba, los desgranaba, rozaba la imitatio sin alcanzarla nunca; más bien se paraba ante ellos, viéndolos a los ojos. El problema, el gran problema, es que siendo humanas las estatuas, más humanas en mucho que nosotros, pese a ello no ven. A ellas, ¿puede uno verlas a los ojos?
A los poetas a los que Garrigóz convocaba yo los sentía cercanos. No por ello es mi intención hacer una relatoría personal, si por ello se entiende sentimental. Personal fue mi búsqueda de un autor que, no bien llegado a los treinta años, había publicado otra docena de títulos. Personal fue mi lectura intrigada de lo que de ellos pude encontrar. Había dejado de ser personal mi entrevista con él, en la que yo buscaba aclarar qué era este producto. No se trataba ya de sensaciones: claramente había una toma de postura en Los hermosos ausentes, una forma de entender y de crear la poesía. En este posicionamiento, ¿dónde iba a estar yo?
Garrigóz contestaba a mis preguntas como quien está acostumbrado a responder: de forma atenta, diáfana, deteniéndose, cuando creía necesario esperar una idea oportuna para hacer justicia al libro que estaba sobre la mesa. Ante esas virtudes de su discurso, me terminé por sentir culpable. Tomar nota me importaba poco, yo buscaba una lectura. Si recurro ahora a sus ideas, a sus respuestas, es porque a través de ellas conformé certezas, porque fueron mi camino a una definición.
El otro, el contacto, el desamparo, la miseria: los temas de Aleqs Garrigóz han aparecido desde Abyección (2003), su primer libro; los motores persisten. Su autor recuerda aquel poemario como un intento más inocente, como un proyecto distinto, entrañable, pero pasado. Acaso una de las diferencias más importantes sea el oído que el poeta ha desarrollado. Aún sin intenciones prosódicas, el agresivo verso de los poemarios más nuevos, lleva al lector a sufrir las imágenes crudas que requiere el momento. Garrigóz insiste: tras un primer paso, atento al ritmo, la pura semántica lo arranca, el sentido por el sentido. Pese a ello, cada sílaba parece obedecer a una intuición más fina. Los cólones persisten en un verso que se llama libre, pero que suele evocar un canon. Los versos se rompen en dos, una mitad ascendente, enérgica, y uno segundo hemistiquio cansado, desengañado: Mas algo en este mundo aún desea la miseria de la luz.
¿Por qué un poeta invoca a otros? ¿Por qué venir a mendigar a estos papeles despoblados? Autores nacionales, hispánicos, universales, unidos por un ánimo de romanticismo indiferente a sus intenciones particulares, a su simbolismo, a su modernismo, a sus estéticas y temáticas. Cercanos entre sí no más que por la necesidad de comunicar el dolor. ¿Y qué significa el dolor? Si la desolación nace de una imposibilidad de encontrar en el otro al aliento necesario, ¿por qué evocar las palabras tras la pálida cortina de la tradición? ¿Que ventaja tiene un otro-en-letra, sobre un otro-en-carne? No se sabe, es uno de los misterios de la poesía, contesta el autor. Le ofrecí dos caminos: homenaje al escritor pretérito o transmisión de experiencia al lector. Eligió el primero, pero es claro que este homenaje trasciende lo festivo. Se trata de una importación, una forma de ver el mundo, un lente ocasional.
Le sugerí que entre más cruda se volvía la era, más necesidad había de explicitar el discurso: que acaso estaba refuncionalizando a Baudelaire, a Poe, a Villaurrutia, devolviéndoles un brío que el avance de las cosas tiene muy erosionado. Él reaccionó con la alegría de quien escucha una solución sensata, pero con el reparo natural de una idea externa. Le parecía un resultado natural de internalizar a los autores que nos sesgan, pero ciertamente no una finalidad.
Había que plantearlo abiertamente: la tradición, ¿qué hacemos con ella? La vanguardia está desbocada me dijo Aleqs, y supe a qué se refería: la necesidad que adherirse a un padrastro no nace de una cultura con certezas. El suyo, no es sólo un encomio a los poetas que consumimos en una adolescencia impresionable, vulnerable. Es también una elección. Ante la poesía de la inmediatez, del instante, se erige un poema de tradición, un poema del encuentro. Este texto tiene la riqueza de compartir un tema que, probadamente, sobrevivió; que mostró ser menos perecedero que la carne que sostenía la pluma.
En páramos inhabitados de mi ánimo / sigue cayendo una garúa de añorados despojos, / más sentidos que la cadena que la inquietud amolda. Es parte de un poema que escribe a Rosalía de Castro, la poetisa del niño muerto: “era apacible el día, y templado el ambiente, y llovía, y llovía, callada y mansamente; y mientras, silenciosa, lloraba yo y gemía...”. Lo que encanta de la forma de clasicismo de Garrigóz es que la palabra no se conserva; la lluvia es, lo apuesto, distinta; el sentimiento no es ni semejante, ni análogo, ni siquiera cercano; pero el ambiente, el ambiente textual, es igual. A lo anterior sigue la invocación final a la poetisa:
Allí emigra mi torcida inclinación
atada al desasosiego que compartimos,
por estar junto a las migajas de cariño que sembraste en mí.
Y la madrugada va formando una tumba,
donde apenas puedo depositarte unas ofrendas
que viento en el umbral de la eternidad barrerá.
¿Estamos pagando el destrozo de las poéticas del veinte, con las que él mismo Garrigóz decreta estar agradecido? Si criamos una vanguardia desbocada, un monstruo ante el que debemos reaccionar, contender, entonces los grilletes que la contengan debemos tomarlos de una generación anterior, ¿ideológica, más que cronológicamente? ¿A qué se opusieron las vanguardias, quién en verdad se opuso a ellas? ¿Las vanguardias, incluso las más radicales, no fueron pedazos de colonizaciones diminutas en tierra de nadie? No hay contra quien pelear, y aún así, esa gigantomaquia, esa lucha de los antiguos, de los ctónicos, contra un Zeus quizá demasiado limpio, el Zeus de la concisión y de las agujas unimembres, esta guerra de nadie se encarna en cada poeta contemporáneo que junte en una oración sujeto, objeto y verbo. Si esto es lo que hay que hacer ante la poesía, ¿cómo lo haremos?
“Se dice que, pasados los treinta, viene tu poesía de verdad. Yo tengo treinta y uno. Quiero bajar el ritmo de mi producción. Durante una época larga produje de uno a tres poemarios al año”, esta época empieza en 2003 y termina no hace mucho, hace un par de años. Ahora Aleqs Garrigóz busca disminuir su ritmo de producción para trabajar con exactitud, con madurez. .“Ahora me queda trabajar: hay que vivir. Y en ese ritmo más detenido, planeo llegar mis poemas mejor logrados”. Busca escribir su opera maiora. Se sabe un poeta de cierto reconocimiento, y espera algún recuerdo suyo, al menos el recuerdo que dan las antologías de poetas de una década determinada. Y como piensa seguir escribiendo, es sensato que piense que este reconocimiento variará: “Quien sabe, a lo mejor se me recuerda por la obra de juventud”. Dicho tras sus planes de perfección técnica, este comentario es desgarrador. Pero la precariedad nos gobierna, y es mejor tenerlo claro.
Lo claro es que el poeta ha llevado hasta las últimas consecuencias los recursos de los que dispone. Su obra, un interrogante, es también una opción consciente, una salida para la poesía contemporánea.